2. FRUTO
El ser llenos del Espíritu no es un fin en sí. Este tiene como finalidad derramarse en bendición sobre los demás. Suple mis propias necesidades y también me ayuda a satisfacer necesidades ajenas. La primera obra desarrolla el carácter cristiano; la segunda, conduce al creyente a la conquista de almas. La plenitud del Espíritu inunda el corazón para poder después inundar al mundo. Hay una parábola singular acerca de los ríos del mundo. Todos se dieron cita para decidir cuál era el más grande de todos. El río Nilo del África se jactaba, diciendo: “Soy el río más largo en todo el mundo, atravieso una distancia de casi 6,400 kilómetros. Soy, por lo tanto, el más grande.” El Amazonas de la América del Sur declaró orgullosamente: “Soy el río más extenso y más navegable en todo el mundo. Soy, por lo tanto, el más grande.” El Danubio en Europa dijo: “Hay más comercio y mayor cantidad de barcos que van y vienen por mis riberas, que en cualquier otro río. Soy, por lo tanto, el más grande.” El río Ganges de la India, para no quedar atrás, se vanagloriaba, asegurando que era el río más sagrado en todo el mundo. “Millares de personas” decía, “de todas partes del país vienen a sumergirse en mis inmaculadas aguas, para ser limpias de sus pecados. Soy, por lo tanto, el más grande.” Finalmente, un riachuelo sin nombre dijo, con humildad: “Yo no soy el más largo ni el más extenso; tampoco soy el más activo o el más sagrado. Pero una cosa hago. Cada año se desbordan mis aguas y fertilizan los campos cercanos; las siembras aumentan y se obtienen grandes cosechas. Los campesinos se alimentan y están satisfechos. Yo lo único que hago es permitir que mis aguas se derramen.” La opinión de la asamblea fue que aquel pequeño riachuelo era superior a todos los demás, porque permitía que sus aguas se desbordaran y beneficiaran a muchas gentes. Al poseer el Espíritu Santo, el propósito divino es que se derrame en servicio fructífero; pero asegurémonos que no es el yo que trata de imponerse, sino el Espíritu el que obra. Nada es tan trágico como los cristianos a medias, porque su labor es egoísta y hasta ofensiva. Pero cuando el creyente ha muerto a su yo y posee la plenitud del Espíritu Santo, su vida es eficaz y lleva mucho fruto.
¿Cuál es ese fruto que se ve en una vida llena del Espíritu Santo? El apóstol Pablo claramente lo expresa en su Epístola a los Gálatas: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (5:22, 23). Notemos que dice “fruto,” no “frutos.” El fruto del Espíritu es en realidad uno solo: el AMOR. Puede decirse que los demás que se mencionan son manifestaciones diversas del amor. ¿Qué es el gozo? Es el amor feliz. ¿Qué es la paz? Es el amor en reposo. ¿Qué es la paciencia? Es el amor en espera. ¿Qué es la benignidad? Es el amor actuando. ¿Qué es la bondad? Es el amor en su forma de comportarse. ¿Qué es la fe? Es el amor que confía. Compárense las virtudes del amor, según aparecen en I Corintios 13:4-7, con las manifestaciones del amor, que se encuentran enumeradas en el pasaje de Gálatas mencionado y se verá que todo el fruto del Espíritu se halla involucrado en este amor sobrenatural. En verdad, ya sea directamente o por medio de un sinónimo, allí se menciona a cada uno. El amor “es sufrido” —paciencia. El amor “es benigno” —benignidad. El amor “no tiene envidia” —bondad. El amor “no es jactancioso, no se envanece” —mansedumbre. El amor “no busca lo suyo, no se irrita” —templanza. El amor “se goza de la verdad” —gozo. El amor “todo lo cree, todo lo espera” —fe. Si tenemos amor, poseemos todo el fruto del Espíritu; sin amor, nada somos. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). ¿Cuáles son las condiciones para poseer una vida espiritual fructífera y abundante? En el gran día de la fiesta, Jesús las expuso con toda claridad, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). La sed es la primera condición. La plenitud del Espíritu Santo se le ofrece a quienes tienen sed espiritual, “Bienaventurados los que tienen sed de justicia, porque ellos serán saciados.” Al tener sed, se reconoce que es preciso satisfacer esa necesidad. Beber es la segunda condición. “Venga a mí y beba,” fue la invitación del Maestro, el Dador del agua de vida.
¿Qué implica beber? Es sencillamente un acto de fe. Todos los dones de Dios se reciben por fe. Por fe nos es dado el perdón y la vida eterna. Por fe recibimos el don del Espíritu y poder de lo alto. Hace algunos años me hallaba predicando en nuestro campamento anual, en los bosques del Sur de la India. Este campamento lo habían iniciado mi padre y el reverendo M. D. Ross en el año de 1923. Anualmente asisten de seis a siete mil cristianos y probandos de varias aldeas, y a la orilla de un arroyuelo a la sombra del bosque, alzan sus tiendas de campaña; arreglan sus utensilios de cocina, y asisten a los servicios evangelísticos tres veces al día. Para ellos es la gran festividad espiritual del año. Desde la inauguración de estas reuniones campestres, el tema al que se ha dado la atención principal ha sido la plenitud del Espíritu Santo. El versículo clave ha sido: “Quedaos vosotros hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” El fin que se ha perseguido ha sido, que salgan de allí ministros y laicos investidos del poder del Espíritu y que los cristianos de la India se preparen para ser testigos fieles y se dediquen a la evangelización de su patria. A través de los años, la reunión campestre ha constituido la punta de lanza de un movimiento popular espontáneo, mediante el cual, alrededor de ciento sesenta mil almas han sido rescatadas para el reino de Dios y para su Iglesia. Una mañana, después que hube presentado el mensaje, uno de los sinceros creyentes se acercó y me dijo: “Ha hablado usted acerca de la plenitud del Espíritu Santo. Esta es mi mayor necesidad. ¿Quiere usted acompañarme al bosque y orar conmigo?” (Ha sido la costumbre en las reuniones, no invitar a los oyentes a pasar al frente, sino dirigirse a un sitio entre los árboles y entregarse a la oración). Así que tomé mi Biblia y lo acompañé. Después de caminar un poco, me dijo el campesino: “Aquí debajo de este frondoso árbol, arrodillémonos para orar.” “No aquí,” le contesté “vayamos un poco más adelante.” Seguimos caminando hasta que él volvió a decirme: “Señor, aquí está un hermoso árbol frutal con mucha sombra. Es un buen sitio para orar.” De nuevo, le contesté: “No aquí, vayamos un poco más adelante.” Repentinamente mi acompañante se detuvo, y tomándome de la mano me dijo con vehemencia: “Señor, no sé hasta dónde piense usted ir, pero yo no iré más lejos. ¡Aquí mismo oraré!” Sonreí entonces, y colocando las manos en sus hombros, le confesé lo siguiente: “Hermano, tenga paciencia. Sólo he estado probándolo para saber si realmente tiene usted sed del agua de vida, porque solamente los que tienen sed serán saciados. Ya me he convencido de que usted verdaderamente tiene sed. No es necesario seguir nuestra marcha. Aquí mismo usted puede recibir la plenitud del Espíritu.” Nos arrodillamos bajo la sombra de un árbol y ambos elevamos nuestras voces en oración al Señor. En esa mañana, el cristiano sediento se allegó a Jesús y tomó del agua de vida, hasta satisfacer su anhelo, inundándose su alma de gozo y alabanza. Y tengo la plena seguridad que su experiencia lo capacitó para conducir a su familia y a muchos otros seres sedientos, a la fuente que salta para vida eterna. ¿Gozas tú de una experiencia semejante? ¿Anhelas sinceramente recibir la plenitud del Espíritu Santo? “Si alguno tiene sed” es la única condición. “Venga a mí y beba” es la amorosa invitación. Al recibirlo, el Espíritu será en ti una fuente y derramará de su plenitud, para bendición de tus semejantes.
n.d. (n.d.). Ríos de Agua Viva. Extraído el 11 de junio de 2009 desde http://wesley.nnu.edu/espanol/gozo/gozo06.htm
El ser llenos del Espíritu no es un fin en sí. Este tiene como finalidad derramarse en bendición sobre los demás. Suple mis propias necesidades y también me ayuda a satisfacer necesidades ajenas. La primera obra desarrolla el carácter cristiano; la segunda, conduce al creyente a la conquista de almas. La plenitud del Espíritu inunda el corazón para poder después inundar al mundo. Hay una parábola singular acerca de los ríos del mundo. Todos se dieron cita para decidir cuál era el más grande de todos. El río Nilo del África se jactaba, diciendo: “Soy el río más largo en todo el mundo, atravieso una distancia de casi 6,400 kilómetros. Soy, por lo tanto, el más grande.” El Amazonas de la América del Sur declaró orgullosamente: “Soy el río más extenso y más navegable en todo el mundo. Soy, por lo tanto, el más grande.” El Danubio en Europa dijo: “Hay más comercio y mayor cantidad de barcos que van y vienen por mis riberas, que en cualquier otro río. Soy, por lo tanto, el más grande.” El río Ganges de la India, para no quedar atrás, se vanagloriaba, asegurando que era el río más sagrado en todo el mundo. “Millares de personas” decía, “de todas partes del país vienen a sumergirse en mis inmaculadas aguas, para ser limpias de sus pecados. Soy, por lo tanto, el más grande.” Finalmente, un riachuelo sin nombre dijo, con humildad: “Yo no soy el más largo ni el más extenso; tampoco soy el más activo o el más sagrado. Pero una cosa hago. Cada año se desbordan mis aguas y fertilizan los campos cercanos; las siembras aumentan y se obtienen grandes cosechas. Los campesinos se alimentan y están satisfechos. Yo lo único que hago es permitir que mis aguas se derramen.” La opinión de la asamblea fue que aquel pequeño riachuelo era superior a todos los demás, porque permitía que sus aguas se desbordaran y beneficiaran a muchas gentes. Al poseer el Espíritu Santo, el propósito divino es que se derrame en servicio fructífero; pero asegurémonos que no es el yo que trata de imponerse, sino el Espíritu el que obra. Nada es tan trágico como los cristianos a medias, porque su labor es egoísta y hasta ofensiva. Pero cuando el creyente ha muerto a su yo y posee la plenitud del Espíritu Santo, su vida es eficaz y lleva mucho fruto.
¿Cuál es ese fruto que se ve en una vida llena del Espíritu Santo? El apóstol Pablo claramente lo expresa en su Epístola a los Gálatas: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (5:22, 23). Notemos que dice “fruto,” no “frutos.” El fruto del Espíritu es en realidad uno solo: el AMOR. Puede decirse que los demás que se mencionan son manifestaciones diversas del amor. ¿Qué es el gozo? Es el amor feliz. ¿Qué es la paz? Es el amor en reposo. ¿Qué es la paciencia? Es el amor en espera. ¿Qué es la benignidad? Es el amor actuando. ¿Qué es la bondad? Es el amor en su forma de comportarse. ¿Qué es la fe? Es el amor que confía. Compárense las virtudes del amor, según aparecen en I Corintios 13:4-7, con las manifestaciones del amor, que se encuentran enumeradas en el pasaje de Gálatas mencionado y se verá que todo el fruto del Espíritu se halla involucrado en este amor sobrenatural. En verdad, ya sea directamente o por medio de un sinónimo, allí se menciona a cada uno. El amor “es sufrido” —paciencia. El amor “es benigno” —benignidad. El amor “no tiene envidia” —bondad. El amor “no es jactancioso, no se envanece” —mansedumbre. El amor “no busca lo suyo, no se irrita” —templanza. El amor “se goza de la verdad” —gozo. El amor “todo lo cree, todo lo espera” —fe. Si tenemos amor, poseemos todo el fruto del Espíritu; sin amor, nada somos. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). ¿Cuáles son las condiciones para poseer una vida espiritual fructífera y abundante? En el gran día de la fiesta, Jesús las expuso con toda claridad, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). La sed es la primera condición. La plenitud del Espíritu Santo se le ofrece a quienes tienen sed espiritual, “Bienaventurados los que tienen sed de justicia, porque ellos serán saciados.” Al tener sed, se reconoce que es preciso satisfacer esa necesidad. Beber es la segunda condición. “Venga a mí y beba,” fue la invitación del Maestro, el Dador del agua de vida.
¿Qué implica beber? Es sencillamente un acto de fe. Todos los dones de Dios se reciben por fe. Por fe nos es dado el perdón y la vida eterna. Por fe recibimos el don del Espíritu y poder de lo alto. Hace algunos años me hallaba predicando en nuestro campamento anual, en los bosques del Sur de la India. Este campamento lo habían iniciado mi padre y el reverendo M. D. Ross en el año de 1923. Anualmente asisten de seis a siete mil cristianos y probandos de varias aldeas, y a la orilla de un arroyuelo a la sombra del bosque, alzan sus tiendas de campaña; arreglan sus utensilios de cocina, y asisten a los servicios evangelísticos tres veces al día. Para ellos es la gran festividad espiritual del año. Desde la inauguración de estas reuniones campestres, el tema al que se ha dado la atención principal ha sido la plenitud del Espíritu Santo. El versículo clave ha sido: “Quedaos vosotros hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” El fin que se ha perseguido ha sido, que salgan de allí ministros y laicos investidos del poder del Espíritu y que los cristianos de la India se preparen para ser testigos fieles y se dediquen a la evangelización de su patria. A través de los años, la reunión campestre ha constituido la punta de lanza de un movimiento popular espontáneo, mediante el cual, alrededor de ciento sesenta mil almas han sido rescatadas para el reino de Dios y para su Iglesia. Una mañana, después que hube presentado el mensaje, uno de los sinceros creyentes se acercó y me dijo: “Ha hablado usted acerca de la plenitud del Espíritu Santo. Esta es mi mayor necesidad. ¿Quiere usted acompañarme al bosque y orar conmigo?” (Ha sido la costumbre en las reuniones, no invitar a los oyentes a pasar al frente, sino dirigirse a un sitio entre los árboles y entregarse a la oración). Así que tomé mi Biblia y lo acompañé. Después de caminar un poco, me dijo el campesino: “Aquí debajo de este frondoso árbol, arrodillémonos para orar.” “No aquí,” le contesté “vayamos un poco más adelante.” Seguimos caminando hasta que él volvió a decirme: “Señor, aquí está un hermoso árbol frutal con mucha sombra. Es un buen sitio para orar.” De nuevo, le contesté: “No aquí, vayamos un poco más adelante.” Repentinamente mi acompañante se detuvo, y tomándome de la mano me dijo con vehemencia: “Señor, no sé hasta dónde piense usted ir, pero yo no iré más lejos. ¡Aquí mismo oraré!” Sonreí entonces, y colocando las manos en sus hombros, le confesé lo siguiente: “Hermano, tenga paciencia. Sólo he estado probándolo para saber si realmente tiene usted sed del agua de vida, porque solamente los que tienen sed serán saciados. Ya me he convencido de que usted verdaderamente tiene sed. No es necesario seguir nuestra marcha. Aquí mismo usted puede recibir la plenitud del Espíritu.” Nos arrodillamos bajo la sombra de un árbol y ambos elevamos nuestras voces en oración al Señor. En esa mañana, el cristiano sediento se allegó a Jesús y tomó del agua de vida, hasta satisfacer su anhelo, inundándose su alma de gozo y alabanza. Y tengo la plena seguridad que su experiencia lo capacitó para conducir a su familia y a muchos otros seres sedientos, a la fuente que salta para vida eterna. ¿Gozas tú de una experiencia semejante? ¿Anhelas sinceramente recibir la plenitud del Espíritu Santo? “Si alguno tiene sed” es la única condición. “Venga a mí y beba” es la amorosa invitación. Al recibirlo, el Espíritu será en ti una fuente y derramará de su plenitud, para bendición de tus semejantes.
n.d. (n.d.). Ríos de Agua Viva. Extraído el 11 de junio de 2009 desde http://wesley.nnu.edu/espanol/gozo/gozo06.htm