1. FRESCURA
Un recipiente puede estar lleno de agua, pero si se deja por algún tiempo, llega a corromperse. Así también, una persona puede estar llena del Espíritu Santo, pero si no permite que se derrame una y otra vez, su vida cristiana se estancará. Para que se caracterice por su frescura, es preciso que se dé cabida al Espíritu Santo, pero que también fluya incesantemente.
La vida del Espíritu tiene un ritmo, se recibe y se da. Si se recibe más de lo que se da, llega el momento en que se imposibilita la acción de ese divino Espíritu; y si se trata de dar más de lo que se recibe, habrá agotamiento espiritual.
Hace varios años, después de que había terminado mis estudios de secundaria en la India, nuestra familia regresó a los Estados Unidos en su año de descanso. Durante el viaje tuvimos el privilegio de visitar la pequeña Palestina, donde nuestro Señor Jesús vivió y trabajó. Un día nos encaminamos al famoso mar de Galilea. Es un hermoso lago, de aguas cristalinas, rodeado de colinas y granjas junto a su playa. Muchos pescadores en sus lanchas se dedicaban a la tarea cotidiana y su pesca era abundante. Al día siguiente fuimos al mar Muerto y pasamos allí la tarde. Se conoce como mar Muerto, porque el agua es tan salada que no hay ni peces, ni plantas.
Lo interesante de estas dos extensiones de agua, es que ambas se alimentan de las mismas corrientes que descienden del monte Hermón. Pero, ¿por qué uno de estos mares tiene mucha vida y al otro se le llama mar Muerto? El secreto es éste: Varios arroyuelos descienden del norte y desembocan en el mar de Galilea, y allá en el sur, sus aguas se vacían en el río Jordán. En otras palabras, el mar de Galilea recibe agua en abundancia y asimismo se derrama copiosamente. Por ello tiene vida.
Pero el mar Muerto, no obstante que recibe corrientes caudalosas, allí se estancan, y, ¿con qué resultado? Está muerto.
Si la vida espiritual no se caracteriza porque recibe y también da, esa vida con que el Espíritu Santo nos ha dotado, pronto se debilitará y morirá. Se necesita el ritmo de doble acción, para que haya plenitud y lozanía en la existencia cotidiana.
La vida que posee la plenitud del Espíritu Santo no es inactiva, no es estéril; es vigorosa, dinámica, progresista.
Hay tres frases en el Nuevo Testamento que se usan para describir la vida llena del Espíritu. Se hace constar que el día de Pentecostés, los apóstoles “fueron llenos” del Espíritu Santo (Hechos 2:4). Desde ese momento, se dice de ellos que eran hombres “llenos del Espíritu Santo” (véase Hechos 6:5, 11:24). Luego en Efesios 3:19, Pablo ora, pidiendo que los cristianos sean “Llenos de toda la plenitud de Dios.” “Fueron llenos,” llenos, “llenos de toda la plenitud.” La primera expresión indica una crisis; la segunda, un estado o condición; la tercera un proceso.
Primeramente, ocurre una crisis. Debe haber un momento dado cuando la entrega personal es total, cuando aceptamos el don de Dios por fe y por primera vez somos llenos del Espíritu. Los discípulos estuvieron tres años con el Señor, pero no fueron llenos del Espíritu Santo hasta el día de Pentecostés.
Después se disfruta de un estado o condición que se caracteriza por la permanencia del Espíritu Santo. Mientras que sea sumiso, obediente y fiel, el cristiano estará lleno del Espíritu Santo, pues ahora mora en él no como huésped que va de paso, sino como residente de permanencia fija, mientras que se le da acogida.
n.d. (n.d.). Ríos de Agua Viva. Extraído el 11 de junio de 2009 desde http://wesley.nnu.edu/espanol/gozo/gozo06.htm